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Huyendo de la violencia en Nigeria

  • Grupos violentos de la provincia de Zamfara obligan a cientos de miles de personas a abandonar sus hogares
  • Viven en refugios improvisados en la ciudad de Anka en condiciones miserables
  • En el noroeste del estado nigeriano de Zamfara, los grupos criminales y la violencia extrema han provocado que cientos de miles de personas hayan tenido que huir de sus aldeas para buscar refugio en la ciudad de Anka. Las granjas y las cosechas han quedado abandonadas y existe el riesgo de que se desencadene una crisis nutricional de enormes proporciones.

    Los habitantes de las zonas rurales de Zamfara han tenido que huir de sus aldeas para que no les mataran, dejando atrás todas sus pertenencias y sus casas. Cuando llegaron a la ciudad, no tenían nada. Poco a poco, se fueron instalando en los refugios improvisados que han ido construyendo en el solar donde iba a construirse el nuevo palacio del Emir de Anka y en las instalaciones de varias escuelas. Tratan de salir adelante, pero se sienten avergonzados de tener que vivir en unas condiciones tan miserables.

    Médicos Sin Fronteras (MSF) les presta servicios de atención primaria y lleva a cabo distribución de utensilios básicos, pero la situación es muy delicada y la ayuda prestada por la organización solo cubre una pequeña parte de las enormes necesidades que tienen ahora mismo estas personas.

  • En total, de mayo a septiembre de este año, sus equipos han pasado más de 12.500 consultas externas a las personas desplazadas que están repartidas en distintos puntos de la ciudad y han distribuido artículos no alimentarios de primera necesidad a más de mil familias.

    Recordarles su dignidad

    «También ponemos muchos esfuerzos en tratar de recordarles que siguen siendo seres humanos, que tienen su dignidad y que eso no podrá robárselo nadie, pero la verdad es que no resulta nada fácil levantarles el ánimo», explica Anja Batrice, doctora de MSF.

    «Los trabajadores extranjeros contamos además con una barrera cultural y lingüística que complica una comunicación más directa, pero mis colegas nigerianos, aquellos que hablan el idioma local, siempre tratan de dar conversación a nuestros pacientes y pasan mucho tiempo jugando con los niños», asegura.

    Uno de esos niños es el pequeño Muhammad*. «Desde que estoy aquí no le he visto hablar ni una sola vez. Su familia me cuenta que se siente triste por tener que vivir en el amplio y pedregoso solar en el que se han instalado, pero seguramente su silencio tenga mucho que ver también con las terribles experiencias que ha debido vivir. Su aldea, como todas las demás, fue atacada y destruida por bandas armadas. No puedo ni tan siquiera imaginar lo que ha tenido que ver», cuenta Batrice.

    Por si la situación que atraviesan no fuera suficientemente complicada, en el estado de Zamfara acaba de comenzar la temporada de lluvias, lo cual se traduce, año tras año, en un importante incremento en el número de casos de malaria, la enfermedad más tratada en el área de pediatría que gestiona MSF en el hospital general de Anka.

    Rahamu

    Rahamu, de 40 años, es la representante de las mujeres desplazadas en el solar donde iba a construirse el nuevo palacio del Emir. Fue elegida por sus compañeras para desempeñar el cargo. Al igual que la mayoría de los miles de desplazados que hay en Anka, Rahamu vivía tranquila con su familia en una pequeña aldea. La suya se llama Kuru-Kuru y no está a demasiada distancia de Anka. Hoy allí ya no queda nadie; sus 300 habitantes se vieron obligados a salir corriendo de sus casas.

    Tuvimos que abandonar nuestra casa el día en el que varios familiares fueron asesinados a tiros

    «Mi esposo, mis nueve hijos y yo llevamos aquí desde hace un año y medio. Tuvimos que abandonar nuestra casa el día en el que varios familiares fueron asesinados a tiros. Mataron a 26 personas, cuatro de ellas de mi familia. Llegaron a plena luz del día, poco después de las oraciones de la tarde. Bajaron hasta nuestra aldea y comenzaron a disparar sin mediar palabra», relata.

    En Anka, Rahamu se instaló en una habitación de un edificio sin terminar. Ha usado varias lonas de plástico para tratar de crear un mínimo de privacidad para su familia.

    «Pudimos traer algunos de nuestros animales, pero dejamos muchas cosas en el pueblo. Un día, un grupo de hombres de nuestra comunidad regresó a la aldea para recoger algunas de sus pertenencias. Cuando llegaron allí, se encontraron con que los bandidos se habían llevado la mayoría de las cosas y habían quemado toda la ropa que la gente había dejado en sus casas». Y se consuela: «Al menos recibimos apoyo de la comunidad local. Nos traen maíz, sorgo y aceite de palma».

    Zuwaira y Aisha

    Aisha* tiene 10 años y fue llevada hasta la clínica de MSF en el solar destinado a ser el nuevo palacio del Emir por su madre, Zuwaira*. Tiene malaria.

    Siete meses antes, Zuwaira, Aisha y el resto de su familia también se vieron obligados a huir de su casa. Vivían en otra aldea no muy lejos de Anka, pero después de sufrir varios robos y de ser atacados en varias ocasiones por hombres armados, decidieron escapar. «Les dimos dinero, pero no les pareció suficiente. Insistían en que estábamos mintiendo, que teníamos que tener más. Amenazaron con matarnos si descubrían que estábamos escondiendo algo», cuenta Zuwaira.

    Los atacantes regresaron a la aldea varias veces, robando o destruyendo las pertenencias de la gente y en ocasiones haciendo uso de una violencia extrema: «Una vez secuestraron a tres jóvenes de la aldea. No tuvimos noticias de ellos durante mucho tiempo, pero ahora ya sabemos que fueron asesinados”.

    Muchos hombres de su aldea, entre ellos el marido de Zuwaira, se ganaban la vida buscando oro de manera artesanal. Este tipo de extracción a menudo conduce a la contaminación de la tierra, causando envenenamiento por plomo a muchas personas, principalmente niños. De hecho, dos de los hijos de Zuwaira están en la larga lista de pacientes que MSF ha tenido que tratar debido a esta afección.

    El plomo y la malaria

    La organización médico humanitaria lleva una década tratando a niños que han sido víctimas de intoxicación por plomo en los alrededores de Anka. Solo en 2018, 337 niños pasaron por sus consultas por este motivo. Hasta hace poco, sus equipos iban en coche hasta aldeas remotas para buscar y tratar a los niños enfermos, pero en los últimos meses la amenaza de secuestros y robos violentos ha hecho que ya no sea posible hacerlo. Ahora son las familias las que tienen que llevar a los niños con síntomas de intoxicación por plomo hasta el hospital de Anka. Y para ello, a menudo tienen que atravesar áreas peligrosas y poner en riesgo sus vidas.

    Al igual que Rahamu, Aisha y su madre Zuwaira están viviendo ahora en un edificio abandonado. En su día aquel lugar llegó a albergar una escuela, pero hoy la mitad de las habitaciones de esta estructura de hormigón gris no tienen techo. Cada vez que llueve, y ahora mismo lo hace a menudo y fuerte, las docenas de familias que viven allí acaban empapadas.

    Y en el patio abierto que está junto al edificio se ha formado un gran charco de agua estancada, lo cual constituye un caldo de cultivo ideal para los mosquitos. Así que, en condiciones como estas, no es de extrañar que Aisha se enfermara de malaria.

    La única nota positiva es que el tratamiento que le están dando parece estar haciendo efecto. Ha pasado de estar tumbada todo el día en una camilla, enferma y apagada, a jugar con los otros niños en el patio.

    Amina Alh Shehu

    Algo alejado del edificio principal donde viven Aisha y su familia hay otras dos estructuras en ruinas que están cubiertas de vegetación. Albergan a un par de familias que prefieren mantenerse solos. Y es que, si bien la mayoría de las personas desplazadas en Anka pertenecen al grupo étnico Hausa, estas dos familias son Fulani, miembros de una tribu de pastores de ganado que a menudo son nómadas.

    Amina Alh Shehu, de 30 años, pertenece a una de estas dos familias y lleva viviendo en este lugar desde hace más de tres años, lo que demuestra que la situación de inseguridad que se está viviendo ahora, a pesar del repunte actual, no es un fenómeno ni mucho menos nuevo en el noroeste de Nigeria.

    Tuvimos que pagar para que la liberaran. Vendimos casi todo nuestro ganado para poder pagar

    Una de las hijas del esposo de Amina fue secuestrada tras regresar a su pueblo para dar a luz a su primer hijo. «Estaba embarazada de siete meses cuando unos hombres armados la secuestraron. Tuvimos que pagar 1 millón de nairas (unos 2.500 euros) para que la liberaran. Vendimos casi todo nuestro ganado para poder pagar. Nuestras vacas, cabras y gallinas eran nuestra garantía de futuro. Ahora ya no tenemos ese elemento de seguridad al que poder agarrarnos».

    El esposo de Amina se fue hace unas semanas de Anka, en busca de áreas de pasto a las que poder llevar lo que queda de su rebaño y de su ganado. Amina afirma que ahora debe estar en algún lugar no muy lejos del pueblo del que huyeron, y eso le hace temer que vuelva a ser atacado o robado.

    Aisha

    Tras haber perdido su principal medio de sustento, Amina tiene serias dificultades para alimentar a sus hijos. Los dos más pequeños, los gemelos Hassana y Husseini, nacieron hace cinco meses en estas ruinas. Y Husseini, a pesar de su corta edad, ya ha pasado varias veces por el hospital de MSF para ser tratado por desnutrición aguda.

    Por la clínica también ha pasado Aisha, una mujer de 50 años que vive con un terrible sentimiento de angustia. Su deseo de volver a casa en Tangaram es cada vez mayor y no puede quitarse de la cabeza la idea de que sus cosechas se van a echar a perder.

    Aunque muchos lo intentan, regresar a recolectar, aunque sea unas horas al día, supone poner la vida en serio peligro. Y Aisha lo sabe. Sin embargo, los cuatro años que llevan ella y su familia viviendo los edificios a medio construir de Anka ya han sido suficientes para ella.

    Antes los bandidos solo pedían dinero. Pero ahora vienen y disparan a la gente

    Lo único que le frena en este momento es el hecho de que los ataques en su región no solo siguen ocurriendo, sino que ahora se han vuelto más violentos. «Antes los bandidos solo pedían dinero. Pero ahora vienen y disparan a la gente. Cada vez que vecinos de nuestro pueblo intentan volver, los echan a tiros”

    Tres niños por cama

    Amina está en el hospital general de Anka. Ya había pasado por allí hace algunos meses, cuando llevó por primera vez a su hijo Husseini hasta el área de pediatría, que está gestionada por MSF. La mayoría de los más de 200 niños que están ingresados en este área están siendo tratados por malaria, desnutrición e infecciones del tracto respiratorio. Muchos de ellos se encuentran en una situación tan delicada que necesitan recibir cuidados intensivos.

    Estos días hay un elevado número de niños con necesidades médicas, y eso hace que a menudo tengan que compartir espacio con otros niños. El área cuenta con 135 camas, pero durante la temporada alta de malaria hay hasta tres niños en cada una de ellas. Y como los miembros de la familia a menudo duermen con ellos, este lugar puede llegar a ser muy ruidoso.

    Husseini recibió alimentos terapéuticos durante varias semanas y finalmente logró recuperarse. Sin embargo, Amina cuenta que alimentar a sus dos bebés sigue siendo un desafío para ella. «No tengo suficiente leche materna para ambos niños. Los médicos me dieron un medicamento para ayudarme con la leche materna, pero no está funcionando. Intento comprar leche de fórmula para completar su alimentación, pero es muy cara».

    Y es que, además de la malaria, disponer de tan poca comida y dinero tiene serias consecuencias en la salud de los niños. En los primeros nueve meses del año MSF ha tratado a casi 7.500 niños por desnutrición aguda en la ciudad de Anka y eso hace temer a sus equipos que la situación en el resto del estado de Zamfara sea igual o peor.

    Acceso a los servicios médicos

    «Hay muchas áreas a las que no podemos ir por problemas de seguridad. No sabemos cuál es la situación real en estos lugares, pero es muy probable que muchos niños no estén recibiendo la atención que necesitan para salvar sus vidas», afirma la doctora Valerie Weiss, una de las responsables de la pediatría.

    Tal y como afirma la doctora de MSF, en la parte norte del estado de Zamfara, los pocos hospitales que están en funcionamiento se encuentran sobrepasados por la cantidad de pacientes que reciben cada día y por la falta de suministros médicos básicos.

    La mayoría de las aldeas de la zona resultan inaccesibles para las organizaciones humanitarias por cuestiones de seguridad y eso hace que en muchos lugares no dispongan ni tan siquiera de servicios de atención primaria. En septiembre, MSF pudo llevar a cabo una evaluación rápida de emergencia en Zumri y Shinkafi, dos áreas que se han visto particularmente afectadas por el estallido de la violencia.

    Y los peores temores se confirmaron: «En la primera de las dos localidades, en un único día, se detectaron 73 niños con desnutrición aguda, incluidos ocho que presentaban serías complicaciones médicas. Nuestro objetivo es poder comenzar a proporcionar apoyo nutricional en estos lugares lo antes posible, pero los retos a los que nos enfrentamos son enormes”, concluye la doctora Weiss.

    * Como medida de protección para los pacientes que han prestado su testimonio, sus nombres han sido modificados.

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