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Ni puñetera gracia: la triste vida del ‘Risitas’ con la que todos nos reímos a carcajadas

La primera vez que a Juan Joya le sentaron delante una cámara de televisión solo tenía 43 años, pero ya no le quedaban casi dientes en la boca.

Fue el 17 de abril de 2000. Poco antes había aparecido de forma fugaz en ‘Crónicas Marcianas’, pero pronto Jesús Quintero le echó el ojo y el lazo, convirtiéndolo en un habitual de sus programas de entrevistas durante la siguiente década.

Joya era un sevillano de tantos que sobreviven a la sombra en la capital andaluza, de los que se peinan malamente antes de salir a la calle a ganarse la vida como pueden. En este caso, vendiendo lotería y paquetes de Winston en el barrio de Santa Catalina. Se sacaba lo justo para alimentar una existencia de taberna que le resultaba deleitosa.

Como tantos otros en Sevilla, salvo por una característica peculiar: una risa tan contagiosa que resulta inolvidable por muchos años que pasen. En 1972, Joya fue por primera vez al Rocío. Tenía 16 años y recibió el ‘bautizo del Quema’, que se da a los rocieros debutantes al cruzar el vado del río Guadiamar. Como no paraba de reírse mientras le echaban el agua, a alguien se le ocurrió bautizarle como ‘Risitas’, el seudónimo que le acompañaría desde entonces.

En Sevilla, sus pasos acababan siempre en Quitapesares, la taberna del cantaor Pepe Peregil, el mismo que le acompañó al plató por primera vez. En aquel bar era también donde aprendía muchos de los chistes que más tarde recitaría a Quintero. Este pocas veces se reía con ellos, y en ocasiones tampoco los comprendía, pero no podía evitar abrirse en dos con los estertores lacrimógenos del ‘Risitas’. A falta de un término mejor, las necrológicas lo definen como humorista, pero en realidad solo era una persona con mucha gracia, no había un método tras el humor que desprendía, solo ocurría.

Su primera vez en ‘El Vagamundo’, el programa que Quintero tenía en Canal 2 Andalucía, el ‘Risitas’ contó lo de su accidente. Un día cuando iba a la piscina del polideportivo de su barrio, el Polígono San Pablo de Sevilla, un Renault Clio lo atropelló. Justo antes de aparecer en televisión vivía del dinero que le dieron del seguro. El coche le fracturó el hombro izquierdo, en palabras del ‘Risitas’, «el hueso ‘miliki’, eso me dijo el médico florense». Todos se rieron con la ocurrencia, él estalló y así prosiguió la noche.

«¿Te has montado alguna vez en un Ferrari Testarrosa?», le preguntó Quintero una noche. «Solo me he montado en una golosina, de esos coches largos, cuando la película de Torrente», replicó.

Su última aparición pública fue el mes pasado en un vídeo de YouTube. 21 años después, el ‘Risitas’ vivía ingresado en el Hospital de la Caridad, como lo definió Antonio Burgos, «un inmenso escaparate de juguetes rotos, de olvidados y arruinados«. Juan Joya entraba en la primera y en la última categoría, pero nunca en la de olvidados. Tras trascender a la prensa que habían tenido que amputarle la pierna izquierda —padecía una diabetes muy mal controlada— en septiembre de 2020, un grupo de internautas franceses había reunido dinero para comprarle un ‘scooter’ eléctrico para minusválidos valorado en 2.000 euros. Otros 5.000 fueron a la Caridad, por haberse encargado de ‘Risitas’ durante los últimos meses, y el resto a la cuenta corriente del sevillano.

En los últimos años, la fama del ‘Risitas’ entre los internautas franceses había explotado de mil maneras, transformándose en meme. Mientras esto sucedía, Juan Joya se desempeñaba los veranos en Punta Umbría (Huelva), donde trabajaba en un chiringuito atrayendo al público, vendiendo pollitos de juguete o al cuidado de un castillo hinchable junto a la playa, amonestando a los niños mayores para que no se subieran a la atracción.

Desde hacía años, pedía un euro a la gente que se le acercaba a pedirle una foto o le pedía que le contara un chiste. Presumía de que una vez en la Feria de Sevilla se sacó 90 euros así.

Dependiente de la caridad

Esta semana trascendió que, tras su muerte, nadie había reclamado su cadáver en el Hospital Virgen del Rocío, que permaneció más de 24 horas allí. Finalmente, la hermandad que le acogió durante el último capítulo de su vida se ha hecho cargo. Algo parecido le pasó a Antonio Rivero, alias ‘El Peíto’, el primer ‘partenaire’ del ‘Risitas’ frente a las preguntas de Quintero. Rivero falleció en 2003, soltero y con un solo diente en su boca, a los 44 años. Su entierro tuvo que costearlo Vicente Ruiz, el ‘manager’ del grupo No Me Pises Que Llevo Chanclas.

En su último vídeo el ‘Risitas’ aparecía muy delgado a consecuencia de la enfermedad. Aún así, como ha pasado toda su vida, alguien tras la cámara le pedía que dijese su frase más célebre. Pese a lo que suele creerse, no es que Rivero fuese familia suya, sino que ‘cuñao’ era una coletilla que repetía muy a menudo tras un chiste.

El arte de los compadres borrachines, el cante, las papas ‘aliñás’ y los caracoles del Quitapesares. Aquel era el universo del ‘Risitas’, hasta que llegó Quintero y metió al ‘Risitas’ en las pupilas de millones de andaluces primero, españoles después y ciudadanos de todo el globo terráqueo finalmente. Igual que en su programa se reían sin entender el chiste, en Finlandia se reían sin entender el idioma y así acabó haciendo de hombre-anuncio de unas pizzas de bolsillo, en Egipto o Estados Unidos sus vídeos eran doblados para criticar al régimen de Al Sisi o ridiculizar el último lanzamiento de Apple. Se crearon emoticonos con su cara riéndose (KEKW) que probablemente nos sobrevivirán a todos.

El papel de Jesús Quintero en todo esto tiene muchos claroscuros. El locutor onubense siempre enarboló que su programa trataba a los desarrapados igual que a las estrellas, con idéntica dignidad, y que personajes como Juan Joya, Antonio Rivero, Manuel Reyes alias Pozí, Picoco o el Beni de Cái eran, si no de su familia, de su misma especie. Les cobijaba y les advertía que, más allá del humo, de la música de Pink Floyd y las charlas ‘new age’ de su programa, el mundo de la televisión podía ser muy cruel, que en aquellos primeros años del siglo XXI, los buitres de la telebasura podían acechar a cualquiera que se alejara de la manada de ‘ratones coloraos’.

También le iba el interés en ello a Quintero, ya que eran estos personajes los que mantenían viva la llama de su audiencia y servían de ameno contrapunto a las densas entrevistas que hacía a políticos, empresarios o figuras de la crónica rosa. Por vicisitudes del vagabundaje, todos ellos fueron desapareciendo de escena —ya fuera por muerte, fama o desahucio— y a Quintero solo le quedó el ‘Risitas’.

Pese a protegerle de la telebasura, en alguno de sus programas su dignidad quedó bastante en entredicho. A menudo le sacaba un cheque de 1.500 euros para hacerle salivar. El ‘Risitas’ abría los ojos al ver el dinero y Quintero jugueteaba con la idea de no dárselo. Una vez dijo en otra entrevista que Quintero le había dado un cheque diciéndole ‘Ale, esto para que te vayas a la playa’. «Cuando llegué al banco, vi que en vez de mi nombre ponía «ya volverás«, recordaba el ‘Risitas’.

En otra ocasión se prestó, en directo, a hacerse un tatuaje de la virgen del Rocío en el brazo. Mientras le temblaba la voz del dolor, Quintero le preguntaba si dolía más que un supositorio. Pese a todo, la gratitud del ‘Risitas’ hacia el presentador se mantuvo hasta sus últimos días.

Los derroteros que tomó su fama son inexplicables. Por ejemplo, hace tres años circuló por internet un momento patético. Le regalaron una dentadura para verle por primera vez con dientes. El resultado fue perturbador. En el interior del chiringuito le grabaron pidiéndole, como fue la costumbre durante su vida, que dijera «cuñaooooo». En muchas otras ocasiones se le vio peregrinar frente a las cámaras irradiando incomodidad.

Y mientras pasaba así los últimos años de su vida, arrastrando su cuerpo en una silla de ruedas, su fama en internet crecía vertiginosamente, especialmente en Francia. Ayer el diario ‘Le Monde’ le despedía con el titular ‘Muerte del ‘Risitas’, el humorista español convertido en leyenda de internet’.

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Fuente.: msn.com