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Las charrettes: Hablando se entiende la gente, ¿no?

Netflix ya ha añadido a su amplio catálogo cinematográfico la película del director Robin Bissell, “No soy tu enemigo”. Un visionado que nos da a conocer las charrettes y de la que salió algo más que la integración escolar para los niños de color, una larga amistad entre un afianzado miembro del Ku Klux Klan y una activista negra.

Las charrettes fueron un proceso fundamental en muchas de las localidades y estados de América para ayudar a la erradicación de la segregación racial en la década de los 70. Puede que al igual que yo, muchos os preguntéis que es eso de las charrettes. Lo cierto, es que como bien indica su nombre, su origen es francés y se trata de una metodología del siglo XIX en la que se desarrollaban nuevos proyectos que, además de complejos eran normalmente controvertidos.

Para lograr el éxito de dichos encuentros, era necesaria la colaboración y participación de profesionales, agencias, instituciones y partes interesadas en una jornada laboral en la que debatir. Las charrettes duraban varios días consecutivos y su diseño y planificación era de carácter colaborativo entre ambas partes.

En las fases de planificación, se lleva a cabo la elección del lugar de encuentro, la selección de los participantes y los puntos a tratar durante el tiempo que duren los encuentros. Una vez finalizada la charrette, aún hay un periodo de finalización de las presentaciones y de recopilación de información desarrollada en el proceso.

En los años 70 en Estados Unidos, las charrettes se utilizaban para solucionar muchos de los problemas raciales que asolaban a los ciudadanos y que seguían ocurriendo día tras día. La división de la población en cuestiones como la integración escolar para las personas de color, fue una de las cuestiones que se solucionaron gracias a las charrettes. Eran los propios ciudadanos, y no un tribunal, quienes decidían el destino de su comunidad a través de varios encuentros en los que debatían e intentaban llegar a puntos en común, a pesar de no estar de acuerdo en la mayoría de cuestiones.

Situaciones bastantes tensas e incomodas para muchos de los asistentes, pues la disparidad de opiniones hacía complicada la coordinación de las charrettes. Uno de los ejemplos más esclarecedores que podemos encontrar para entender mejor esta metodología empleada para fomentar el debate pacífico, es la película estrenada por la plataforma de Netflix, “No soy tu enemigo” del director Robin Bissell.

El guion está basado principalmente en el libro “The Best of Enemies: Race and Redemption in the New South” de Osha Gray Davidson y que, al mismo tiempo, se inspira en hechos reales. Sus páginas cuentan la historia de una confrontación entre dos personas completamente opuestas, que ante todo pronóstico, acaban siendo grandes amigos. CP Ellis, un líder del Ku Klux Klan y Ann Atwater, una activista que defiende a capa y espada los derechos de la comunidad negra a la que pertenece, enzarzados en una lucha social en la que ninguno está dispuesto a dar su brazo a torcer. En definitiva, un relato tan increíble que parece casi ficticio, si no fuera por el hecho de que está basado en una historia real.

1971, ciudad de Durham, Carolina del Norte. Una época que todavía arrastraba los restos de la segregación racial y un pasado vergonzoso como estado confederado y esclavista que continuaba segregando escolarmente a los alumnos de color de los blancos. Al mismo tiempo, el incendio del colegio del condado para personas de color, hizo que se desatara la furia entre ambos “bandos”. Este hecho hizo que la comunidad negra pidiera y exigiera una reorganización escolar para sus hijos, pues estos debían tener los mismos derechos a la hora de aprender.

Una historia cas inimaginable fue la que se vivió en Durham en el 71: la primera charrette que consiguió que, gracias a la colaboración ciudadana se eliminara la segregación racial de las escuelas. Los protagonistas de la historia son completamente incompatibles y Bill Riddick, un trabajador de la Universidad de Shaw, emplea el proceso de charrette para ayudar a los líderes comunitarios blancos y negros a superar sus diferencias.

“Salvemos nuestras escuelas” fue el lema que saltó a todos los titulares de los periódicos pidiendo una integración escolar para las personas de color. El organizador laboral de Durham, Wilbur Hobby recurrió a Riddick para organizar la charrette y las reuniones fueron financiadas y administradas por el gobierno federal a través de AFL-CIO.

En la vida real, Riddick afirmó que en aquel momento estaba emocionado por unir a dos personas de extremos tan opuestos: Ellis y Atwater. La charrette de 10 días se llevó a cabo en la Escuela Primaria RN Harris y no fue tarea fácil convencer a ambos para que fueran copresidentes de la iniciativa. “Aproximadamente a mitad de esto, realmente cuestioné mi método para tratar de ganarme la vida, pero tenía que tener éxito. Ese fue mi impulso”, dijo Riddick.

Con el paso de los días, los puntos que se iban tratando en las reuniones para llegar a una valoración final iban cobrando sentido y C. P Ellis fue consciente de la situación que estaban viviendo. Toda la rabia y el odio que sintió por las personas de color desapareció. Se dio cuenta de que, el fondo, no tenía por qué hacerles la vida imposible a unas personas que, en definitiva, tenían por derecho propio las mismas obligaciones, derechos y deberes que él.

Preservar la supremacía blanca y americana, era una cuestión que había coronado su mente durante toda su vida. Conocer las distintas realidades que ocurrían a su alrededor y escuchar las historias de las familias negras del vecindario, le hizo replantearse todas las convicciones que llevaba cumpliendo toda su vida.

Según afirma Riddick, uno de los momentos más tensos de la charrette ocurrió el día de la votación. Debía decidirse de una vez, sí la integración escolar debía aplicarse en las escuelas de Durham o no. En el turno de palabra de Ellis, ante una sala de casi 300 personas, rompió su tarjeta de miembros del Ku Klux Klan. Afirmó que, tras muchos días de reflexión y desconcierto, realmente no pudo llegar a comprender en qué momento empezó a odiar a los negros. Su modo de vida. Sus tradiciones. Su cultura Simplemente lo hizo.

Conmovido y casi temblando, rompió su carnet como miembro de KKK y votó sí a la integración escolar. Un voto que fue decisivo para que la charrette concluyera con éxito. “Si las escuelas van a mejorar si rompo esta tarjeta, la romperé”, recordó Riddick las palabras de Ellis. Atwater no volvió a hablar tras la intervención de Ellis. Completamente emocionada y desconcertada, supo que aquel hombre tan recio y desafiante, por fin había encontrado quien era y cómo quería vivir su vida.

Las cosas no fueron fáciles para C. P Ellis, pues la que había sido su comunidad durante años (KKK), ahora le daba la espalda y lo culpaba porque sus hijos compartieran aulas con las personas de color. A pesar de los reveses y problemas que esa decisión ocasionó a Ellis, jamás se arrepintió de sus palabras.

Casi 40 años después, CP. Ellis y Ann Atwater continuaron siendo grandes amigos. Sus diferencias les unieron y ambos comprendieron que vivir bajo sombra del odio y el rencor jamás podrá curar las heridas del pasado. “No esperaba un milagro”, dijo Riddick sobre su labor. “Pero tengo uno”.

 

Artículo: María Vecina / AFPRESS

Fotografías: seattletimes, blackpast, newsobserver y bullcity150